viernes, 21 de agosto de 2009

A PROPÓSITO DEL ÚLTIMO LIBRO DE JAVIER CERCAS por J.J. López Burniol.


En España, la transición desde la dictadura no fue posible
gracias a un pacto de olvido, sino de memoria

Compré Anatomía de un instante, de Javier Cercas, tan pronto se publicó, pero me dio pereza leerlo. No obstante en agosto, tras comenzarlo, no lo he dejado. Es honrado y valiente. Un buen libro. Un excelente libro.
La primera frase que me llamó la atención dice que «todo esto [se refiere a la algarabía político-mediática anterior al 23-F, en la que participó con ahínco el PSOE] no significa desde luego que durante el otoño y el invierno de 1980 los socialistas conspiraran a favor de un golpe militar contra la democracia; significa solo que una fuerte dosis de aturullamiento irresponsable provocada por la comezón del poder les llevó a apurar hasta lo temerario el asedio al presidente legítimo del país y que, creyendo maniobrar contra Adolfo Suárez, acabaron maniobrando sin saberlo a favor de los enemigos de la democracia».

Como prueba del ambiente reinante, esta observación ya vale; pero quizá valga la pena añadir que el Rey, en su mensaje navideño de 1980, dirigió parte del mismo al presidente Suárez acusándole de aferrarse al poder como un fin en sí mismo, de proteger lo accesorio, que era su cargo de presidente, por encima de lo esencial, que era la Monarquía. No es tampoco una conducta banal. En este ambiente de conspiración universal, cuenta Cercas que iban tomando cuerpo –además de algunas operaciones civiles irrelevantes– tres operaciones militares viables y peligrosas: la de los tenientes generales, cuyo civil de referencia era Fraga y tenía a la cabeza al teniente general Milans del Bosch; la de los coroneles, con la misma referencia civil y encabezada por el coronel San Martín; y la de los espontáneos, que tuvo su precedente en la operación Galaxia y cuyo más decidido propulsor era el teniente coronel Tejero. La primera hubiese sido una simple rectificación de rumbo; la segunda salvaba la Monarquía pero condicionaba la democracia; y la tercera iba contra la Monarquía y la democracia. El desenlace es sabido: el golpe no cuajó porque, en el instante de la verdad, el Rey no estuvo con los golpistas. Pero más allá del resultado del envite, conviene retener –con Cercas– algunas observaciones lúcidas:

1. Que una de las causas directas del golpe de Estado fue el terrorismo de ETA, «que por aquellas fechas se encarnizaba con el Ejército y la Guardia Civil ante la indulgencia de una izquierda que aún no había desprovisto a los etarras de su aureola de luchadores antifranquistas».

2. Que «aunque la ultraderecha clamaba por un golpe de Estado, el 23 de febrero no existió una trama civil tras la trama militar o, si existió, quien la urdió no fue solo la ultraderecha, sino también toda una clase dirigente inmadura, temeraria y ofuscada que, en medio de la apatía de una sociedad desengañada de la democracia (…), creó las condiciones propicias para el golpe. Pero esta trama civil no estaba detrás de la trama militar: estaba detrás y delante y alrededor de la trama militar. Esta trama civil no era la trama civil del golpe: era la placenta del golpe». Y que, «por lo demás, aquella tarde la memoria de la guerra encerró a la gente en su casa, paralizó el país, lo silenció: nadie ofreció la menor resistencia al golpe y todo el mundo acogió el secuestro del Congreso y la toma de Valencia por los tanques con humores que variaban desde el terror a la euforia pasando por la apatía, pero con idéntica pasividad».

3. Que la transición no fue posible en España gracias a un pacto de olvido, sino gracias a un pacto de memoria que hizo prevalecer la ética de la responsabilidad sobre la ética de la convicción. Pero, de un tiempo a esta parte, la transición no sólo es objeto de debate, sino también de lucha política. Este cambio es –para Cercas– consecuencia de dos hechos: el primero es la llegada al poder de una generación de izquierdistas –la suya– que no tomó parte en el cambio de la dictadura a la democracia y que considera que este cambio se hizo mal; el segundo es la renovación en los centros de poder intelectual de un viejo discurso de extrema izquierda que argumenta que la transición fue consecuencia de un fraude pactado entre franquistas deseosos de mantenerse en el poder, capitaneados por Suárez, e izquierdistas claudicantes capitaneados por Carrillo, un fraude cuyo resultado no fue una auténtica ruptura con el franquismo y dejó el poder real del país en las mismas manos que lo usurpaban durante la dictadura. Pero esto –concluye Cercas– es un error. Aunque no tuviera la alegría del derrumbe de un régimen de espantos, la ruptura con el franquismo fue genuina. Para conseguirla la izquierda hizo concesiones, pero hacer política consiste en hacer concesiones: la izquierda cedió en lo accesorio, pero los franquistas cedieron en lo esencial, porque el franquismo desapareció y ellos tuvieron que renunciar al poder absoluto. Es cierto que no se hizo del todo justicia, que no se restauró la legitimidad republicana ni se juzgó a los responsables de la dictadura ni se resarció de inmediato a sus víctimas, pero también es cierto que a cambio de ello se construyó una democracia que hubiese sido imposible construir si el objetivo prioritario no hubiese sido fabricar el futuro sino –Fiat iusticia et pereat mundus– enmendar el pasado.

Juan José López Burniol es Notario.

Artículo publicado el 20 de agosto en el Períodico de Cataluña.

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